Porque mi patria es el mundo

miércoles, 31 de marzo de 2010

Acento

El acento variable es mi herramienta de superviviencia, sin él estaría varado, sin defensa ante los ataques indiscriminados del nativo nacionalista, el discriminador, o el ignorante -que siempre es el peor de todos-, a sus burlas, a sus desprecios, a sus intentos de estafarme. Cambiar el tono, la melodía, el cantado, las expresiones que utilizar, adecuar las cuerdas vocales al decibel preciso, no son hechos de siutiquería o huachafería, no quieren decir que me crea superior o reniegue de mi propio acento o cualquier cosa que se te pueda pasar por la cabeza. Es, repito, un hecho de supervivencia; del cual no me había dado cuenta hasta ahora que activo al viajar de un lugar a otro.
Ser parte de algo nuevo no es fácil, ser parte de un nuevo país, con cultura, idiosincracia, sistemas y preceptos distintos al propio es, si es posible, menos fácil aún. Experiencialmente lo he comprobado. Es así como mi forma de interactuar con el mundo circundante varía en gran medida según que mundo sea este. Que se entienda, no soy yo el que cambia, es mi forma de hablar sencillamente, y la de utilizar ciertas palabras y expresiones en vez de otras.
En estos días que llevo viviendo en Lima me he dado cuenta de esto. Llegué con la intensión de defender mi acento chileno lo más posible, en conocimiento de que tiendo a adaptar el acento peruano, en concreto limeño, rápidamente. Ha sido una tarea que me ha costado levemente, aun siento mi acento chileno marcado, pese a que a veces se me escapan expresiones y el cantadito limeño involuntariamente. Pero a esta terea de preservar mi chilenismo renuncio más de una vez al día. Cada vez que me subo a una combi, negocio el cobre de un taxi, pregunto por el valor de algo que veo y me interesa, trato de utilizar mi peruanismo, a veces inconcientemente.
¿Dónde queda mi pertenencia? ¿En mi acento? ¿En mis expresiones? Si fuese así sería un ser distinto en cada uso horario.
Gran herramienta mi capacidad de adaptarme, creo yo, fácilmente a un nuevo tipo de castellano. Me gusta.

jueves, 18 de marzo de 2010

Poema Transterrado de Alfredo Lavergne

Como me siento lejos de donde estoy
O porque me empujan hacia donde no iré
Camino
Y con un hábil golpe del lápiz
Que resume las imágenes Que lleva de viaje
Subo al tren.
Me devuelvo donde no deben ignorarme
Retorno porque lo anterior va conmigo
Regreso a mi ciudad y llego a otra.

Soy un transterrado de ida y vuelta

Soy parte de la tierra que piso, me pertenece, al hoyarla firmo mi presencia en sus venas y traspaso mi pasado en un solo instante a su presente. Soy un permanente empatriado, un transterrado. Recorro mis países en una permanente continuidad cultural, en cada lugar me encuentro, en todo sitio me autodefino, porque ciudadano hispanohablante me siento.

Nací aquí, en Perú, en la ciudad costeña de Lima hace veintisiete años. Del encuentro cultural entre dos naciones. Transterrado fui desde mi concepción, porque ¿Cómo no sentir en el fondo ser parte de ambas naciones?

El término lo acuñó José Gaos (1900-1969), español después de sufrir el exilio en México por causa de la Guerra Civil Española. Definió el término luego de que para su sorpresa no sintiera que se encontrara en otro país, sino por el contrario experimento una continuidad cultural y lingüística que le permitía, como a sus compatriotas que llegaron en la misma circunstancia, continuar con sus obras realizadas en España. Así México es una extensión de su país, y no algo ajeno. Empatriados se denominaron, al trasladar el sentido de patria a otro terreno, con lo cual no hay sentimiento de destierro.

Conocí el concepto cuando conocí la misma realidad que vivió José Gaos, pero con los españoles que llegaron a Chile, y como estos, al igual que sus pares en México, no sintieron que fueran extranjeros en su nueva patria.

Hice mio el concepto cuando me di cuenta que yo también soy un transterrado, de ida y vuelta, de un lugar a otro, porque no importa donde esté mi país es la gente que quiero, soy yo, eres tú.

martes, 16 de marzo de 2010

El Tayta

Llego a esta ciudad, que hace tantos años fue mia, a medianoche, y una humedad asesina me azota los pulmones. La ropa se me pega al cuerpo produciendo una creciente incomodidad que no logro aminorar por ningún medio, intento no pensar en ello. No recordaba que Lima fuese así de húmeda; con el tiempo descubriré que no recordaba mucho de bastantes cosas sobre esta ciudad.

Siempre separado entre dos tierras he estado, esgrimado amores, enamorando pasiones y recuerdos. Allá, en Santiago, existía fluidamente. Era parte de la ciudad como ella era parte mia, nos conocíamos múltiples secretos, encontrábamos espacios en común que nos pertenecían celosamente, invitaba a terceros a recorrer las calles de mi vida. Ciudad grande, alta, seca y reservada, ni muy engreida ni muy humilde. Santiago me vió crecer, convertirme en un adulto, aceptó mi sangre en sus raíces y yo su sufrimiento callado. Pero así como Santiago, la linda Santiago, conquistó su terreno, Lima nunca dejó de defender el suyo. Si bien éste se fue desfigurando y mitificando con el paso de los años, sus recuerdos sellados permanecieron ciegos, sordos e indiferentes a mis otros amores. Estóica, agerrida, imperturbable. Afortunadamente nunca se miraron con recelo, cohexistiendo armoniosamente en mi.

Dos grandes ciudades, dos grandes mujeres, una madre, otra amante.

Cansado, con hambre y ahogado por el clima llego al departamento. Un lugar privilegiado. Céntrico y cómodo, con una vista envidiable. Pero prefiero pasar tantas virtudes por arriba, al final esta será mi morada por tan solo un par de semanas.

Me apoyo en el balcón y prendo un cigarrillo. Ya estás acá, pienso, lo lograste.


Caigo en el Tayta, El Tayta para ser precisos, luego de unos pocos días de llegar a esta ciudad y no puedo evitar pensar en mi viejo. Oriundo de esta tierra costeña y ahora tan lejano a ella no solo física sino espiritualmente. El bar es pequeño, en segundo piso al frente de la municipalidad de Miraflores, toca Vinchenzo con un par de chicos más. Estoy acompañado. Mi viejo abandonó esta ciudad, este país, hace ya muchos años, lo que llevó a que mi mamá, mi hermano y yo emigraramos a tierras chilenas, lugar natal de mi viejita. Mi viejo se fue y ahora yo regreso en una especie de reconquista aplazada, pero no en su nombre, sino en el mio, un compromiso que tenía olvidado y que renació volcánicamente hace no mucho tiempo. El Tayta es el bar y denso está el aire por el humo de tantos cigarros, tengo un vaso de Cuba Libre en mi mano. La vida está llena de gestos y en ese momento realizo el mio. La música cesa, por un breve tiempo se hace silencio y arrojo mi vaso contra la pared de las escaleras antes que el bullicio retome su cadencia ascendente. Hernán, mi viejo, a quien sabe cuantos kilómetros de distancia está se encuentra probablemente pronto a levantarse. Al lado mio unos ojos que reflejan como espejos mi pelo alborotado me miran sin entender un carajo.


Lima está calando poco a poco en mi. Cada día que pasa mi peruanismo comienza a rescatar extremidades perdidas. No me es dificil comprender ciertas lógicas y patrones sociales, aunque no las comparta ya. Tampoco representa un desafío ubicarme geográficamente, ni acomodarme a la locura idiosincrática limeña, aunque siempre termina por irritarme levemente, que se le va a hacer, no me puedo quitar mi formación chilena. Pero como toda buena amante Lima me trata con cariño, me mima, me engríe, me seduce.

Quien sabe mañana si despierte transpirado.