Llego a esta ciudad, que hace tantos años fue mia, a medianoche, y una humedad asesina me azota los pulmones. La ropa se me pega al cuerpo produciendo una creciente incomodidad que no logro aminorar por ningún medio, intento no pensar en ello. No recordaba que Lima fuese así de húmeda; con el tiempo descubriré que no recordaba mucho de bastantes cosas sobre esta ciudad.
Siempre separado entre dos tierras he estado, esgrimado amores, enamorando pasiones y recuerdos. Allá, en Santiago, existía fluidamente. Era parte de la ciudad como ella era parte mia, nos conocíamos múltiples secretos, encontrábamos espacios en común que nos pertenecían celosamente, invitaba a terceros a recorrer las calles de mi vida. Ciudad grande, alta, seca y reservada, ni muy engreida ni muy humilde. Santiago me vió crecer, convertirme en un adulto, aceptó mi sangre en sus raíces y yo su sufrimiento callado. Pero así como Santiago, la linda Santiago, conquistó su terreno, Lima nunca dejó de defender el suyo. Si bien éste se fue desfigurando y mitificando con el paso de los años, sus recuerdos sellados permanecieron ciegos, sordos e indiferentes a mis otros amores. Estóica, agerrida, imperturbable. Afortunadamente nunca se miraron con recelo, cohexistiendo armoniosamente en mi.
Dos grandes ciudades, dos grandes mujeres, una madre, otra amante.
Cansado, con hambre y ahogado por el clima llego al departamento. Un lugar privilegiado. Céntrico y cómodo, con una vista envidiable. Pero prefiero pasar tantas virtudes por arriba, al final esta será mi morada por tan solo un par de semanas.
Me apoyo en el balcón y prendo un cigarrillo. Ya estás acá, pienso, lo lograste.
Caigo en el Tayta, El Tayta para ser precisos, luego de unos pocos días de llegar a esta ciudad y no puedo evitar pensar en mi viejo. Oriundo de esta tierra costeña y ahora tan lejano a ella no solo física sino espiritualmente. El bar es pequeño, en segundo piso al frente de la municipalidad de Miraflores, toca Vinchenzo con un par de chicos más. Estoy acompañado. Mi viejo abandonó esta ciudad, este país, hace ya muchos años, lo que llevó a que mi mamá, mi hermano y yo emigraramos a tierras chilenas, lugar natal de mi viejita. Mi viejo se fue y ahora yo regreso en una especie de reconquista aplazada, pero no en su nombre, sino en el mio, un compromiso que tenía olvidado y que renació volcánicamente hace no mucho tiempo. El Tayta es el bar y denso está el aire por el humo de tantos cigarros, tengo un vaso de Cuba Libre en mi mano. La vida está llena de gestos y en ese momento realizo el mio. La música cesa, por un breve tiempo se hace silencio y arrojo mi vaso contra la pared de las escaleras antes que el bullicio retome su cadencia ascendente. Hernán, mi viejo, a quien sabe cuantos kilómetros de distancia está se encuentra probablemente pronto a levantarse. Al lado mio unos ojos que reflejan como espejos mi pelo alborotado me miran sin entender un carajo.
Lima está calando poco a poco en mi. Cada día que pasa mi peruanismo comienza a rescatar extremidades perdidas. No me es dificil comprender ciertas lógicas y patrones sociales, aunque no las comparta ya. Tampoco representa un desafío ubicarme geográficamente, ni acomodarme a la locura idiosincrática limeña, aunque siempre termina por irritarme levemente, que se le va a hacer, no me puedo quitar mi formación chilena. Pero como toda buena amante Lima me trata con cariño, me mima, me engríe, me seduce.
Quien sabe mañana si despierte transpirado.