Curioso. No, admitir las cosas como son: ha sido desconcertante.
Regresé a Lima luego de un par de semanas de estar en Santiago. El motivo de mi viaje es secundario para explicar lo que en un minuto pasaré a relatar, pero si tienes curiosidad te cuento que viajé por el cumpleaños 50 de mi vieja (correspondía un viaje a Chile); con lo cual aproveché de ver a amigos, recorrer las calles de Santiago que conosco tan bien y realizar trámites aburridos.
Volví hace una semana... ¿Una semana? Se siente cómo si fuera mucho más. Caí de vuelta a la vorágine del trabajo, a la rutina que la acompaña, a ver a Adriana con ilusión, a reencontrarme con Eliana y Vanessa. A retomar mi vida. Mi vida.
Eso es lo que me ha desconcertado. Hasta ahora me sentía aun como un extraño en esta ciudad, pese a que es mía en principio. Luchando todos los días por dejar una huella que pueda reconocer al ver la vista atrás. Si antes me sentía partido entre dos naciones, incluso extranjero donde mis pies estaban, ahora no.
Quiero ser coherente, explicar de manera lógica y ordenada el cúmulo de sensaciones y reflexiones que he estado experimentando estos últimos días de manera inconsciente, y que ahora me detengo a transcribir.
No sé bien por dónde partir, quizás lo más fácil es decir que me pasó en Santiago, con lo cual se puede entender lo que me pasa ahora.
Santiago estaba como siempre, y con ello me refiero a que lo sentí como lo estaba sintiendo el último tiempo antes de migrar. Agobiante, a veces incómodo. Ver a los amigos fue fabuloso, abrazar a mi vieja y hermano realmente maravilloso, recorrer mis calles y barrios nostálgico. Pero aun así el aire me oprimía. Sentía que no estaba donde debía estar. Soy de ahí, pero no quiero estar allí. Extraño Chile, pero no es hora de abrazarlo con ganas nuevamente. No. Necesitaba regresar a Lima. Dos semanas fueron más que suficiente.
Y Lima, la caótica, la desordenada, sucia y ansiosa, me esperaba con los brazos abiertos. Volver a mi departamente, a dormir en mi cama, a ahogarme con la humedad, a escuchar los bocinazos permanentes. A bañarme con la ducha sin presión, a descubrir que la llave de agua del lavamanos de mi baño estaba roto, a barrer, limpiar, lavar, ensuciar. A negociar con el taxista, a pelear con el cobrador, a romperme el cuello en las combis. A tomar un chilcano, una pilsen, un desatornillador con jugo de caja. A comer una vez al día, pero comer como se debe esa única vez.
Lima. Dónde me siento yo, ahora, en este instante, en este respiro, en este otro suspiro.
Lima y otra vez Lima.
¿Qué es lo desconcertante? Que he dado vuelta a la página, que el futuro se abre ahora realmente como un camino amplio y esperanzador.
Soy el chileno-peruano, el peruano-chileno. El que habita la frontera.
Si, me puse algo huachafo escribiendo así. Dadme esa licencia.
Me siento por fin realmente cómodo. Esto se debe a mérito propios, y por la gente linda que me ha ayudado en esta transición. Gracias Eli, Vane. Gracias Adriana.